domingo, 16 de noviembre de 2008

miércoles, 7 de mayo de 2008

El tigre semita

ISRAEL
El Tigre Semita


Por Carlos Alberto Montaner

Primero se habló de los cuatro tigres asiáticos: Taiwán, Singapur, Corea del Sur y Hong Kong. Eran países que en el curso de una generación saltaron de la miseria al desarrollo. Luego vinieron Nueva Zelanda (el Tigre Anglo), Irlanda (el Tigre Celta) e incluso Chile, al que comienzan a llamar el Tigre Latino y que parece decididamente encaminado a formar parte del Primer Mundo. Lo curioso es que, entre esas historias de éxito, nadie cita la más impresionante de todas: Israel.
Por estas fechas se cumplen sesenta años de la tumultuosa fundación de Israel, en el inhóspito arenal del Medio Oriente. Casi nadie apostaba por la supervivencia de este pequeño Estado surgido en la tensa primavera de 1948, en medio de los primeros combates de la Guerra Fría. Los padres fundadores eran apenas un puñado de soñadores asediados por decenas de millones de árabes dispuestos a aplastarlos. No tenían ejército ni dinero, y provenían, algunos de ellos, del espantoso matadero nazi, donde seis millones de judíos acababan de ser ejecutados en el más siniestro genocidio que registra la historia de la Humanidad. Tenían, eso sí, una desesperada convicción: iban a construir un espacio seguro y decente en el que el atormentado pueblo judío pudiera sobrevivir al brutal antisemitismo esporádicamente practicado por casi todas las otras naciones monoteístas surgidas de Abraham, el padre común de judíos, cristianos y mahometanos.

Israel lo tenía todo en contra: la geografía, los vecinos, el suelo miserable y seco, la escasa y variada población, incluso el idioma, porque el hebreo era una lengua ritual, prácticamente muerta, confinada a la sinagoga y a la lectura de los libros sagrados, y hubo de ser revitalizada mientras la población judía se comunicaba en los idiomas vernáculos de los países de donde provenía. Unos lo hacían en alemán, otros en polaco o en yiddish; los había que sólo dominaban el turco, el árabe o el griego. En cuanto al factor étnico, había una profunda división entre dos comunidades no siempre bien avenidas: los asquenazíes, generalmente de origen germano-polaco, y los sefarditas, originalmente procedentes de España, de donde fueron expulsados en 1492.

No existía, pues, un pueblo judío, sino diversos pueblos judíos forjados en la diáspora; gentes que emigraban desde Yemen, Marruecos, Etiopía y, sobre todo, Rusia. Tampoco poseían un fenotipo dominante que los caracterizara físicamente. Se vinculaban, además, de distintas maneras a la tradición religiosa y cultural del nuevo y desconocido país, ostentando muy diferentes grados de desarrollo intelectual y académico. Variedad que, sin duda, no era el mejor cohesivo para unificar a la vacilante nación que dio sus primeros pasos en medio de una invasión destinada a "echar a los judíos al mar''.

¿Qué han hecho en sesenta años los israelíes con ese mosaico abigarrado y difícil? Han hecho una complejísima democracia parlamentaria, reflejo de la diversidad de una vibrante sociedad que hoy cuenta con más de siete millones de habitantes, los cuales disfrutan de todos los derechos individuales, y en la que las poderosas Fuerzas Armadas están subordinadas a la autoridad de los civiles. Han hecho un gobierno razonablemente eficaz, más honrado que la media, pese a las turbulencias en las que han tenido que vivir. Han hecho un país con una población altamente educada y con el menor índice de violencia social del mundo; una población con un 16% de musulmanes, una minoría, también israelí, difícilmente asimilable, aun cuando constituye el grupo árabe –hombres y mujeres– que más libertades y prosperidad posee de cuantos pueblan la tierra.

Israel tiene un per cápita (PPP) de 29.000 dólares, y, de acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, que mide la calidad de vida, forma parte de los treinta países punteros del mundo, entre Alemania y Grecia, pese a que tiene que dedicar a su defensa nada menos que el 8% de cuanto produce, porque ya se ha desangrado en por lo menos tres costosas guerras... y mañana pudiera comenzar la cuarta. Entre esos treinta países punteros no hay ningún otro de Oriente Medio (ni de América Latina, por cierto).

¿Cómo ha logrado Israel este milagro económico? Esencialmente, cultivando su enorme capital humano y sus virtudes cívicas, a base de inteligencia, rigor, trabajo intenso y respeto a la ley, lo que le ha permitido ser muy eficiente en la agricultura, las comunicaciones, la electrónica, la fabricación de equipos médicos, la aviación y la industria armamentística; hasta en el ámbito espacial: ya hay satélites israelíes girando en torno a la tierra.

No todo, por supuesto, es perfecto en el país, pero para juzgar a Israel siempre hay que preguntarse dónde existe otra sociedad libre y desarrollada que en apenas seis décadas, surgiendo de la nada y contra viento y marea, haya conseguido los logros obtenidos por el pueblo hebreo. Es hora de empezar a hablar del Tigre Semita. Hay que estudiar muy bien lo que allí se ha hecho. Es casi milagroso.


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miércoles, 23 de abril de 2008

El caso Dreifus





El 13 de enero de 1898 el periódico L'Aurore publicó una extraordinaria carta abierta de Émile Zola al presidente de la República Francesa acerca del caso Dreyfus, esa parodia de proceso que le valió al absolutamente inocente capitán Alfred Dreyfus una condena de por vida y en solitario en la Isla del Diablo, una colonia penal abominable situada frente a las costas de Sudamérica.
Zola era por aquel entonces el escritor más popular de Francia, y su apasionado alegato en defensa de Dreyfus, que a la vez era una denuncia del tribunal militar que lo condenó y del propio Gobierno francés, a los que acusaba de encubrimiento, cautivó a la nación y obtuvo una amplia resonancia en el mundo entero.

La 808 Gallery de la Universidad de Boston ha expuesto recientemente esa portada de L'Aurore, la más célebre de todas las portadas que el periodismo ha parido, con su aún más célebre titular: "J'accuse!", así como otros documentos y objetos relacionados con dicha historia. La muestra se titulaba "El poder de los prejuicios: el caso Dreyfuss", y contó con el patrocinio de la BU Hillel House y el New Center for Arts & Culture de Boston.

El caso Dreyfus fue el primer proceso legal convertido en espectáculo mediático; con él nació algo que hoy en día damos por sentado: la capacidad de los medios para galvanizar y modelar la opinión pública.

Todo empezó cuando se descubrió una carta en la que se ofrecía a los alemanes secretos militares franceses. Tras una investigación de lo más inepta, el jefe de la Inteligencia militar gala, un antisemita redomado, puso en el disparadero a Dreyfus, el único judío del Estado Mayor. Lo cierto es que el acusado era un ardiente patriota francés que desde niño soñaba con servir a su país vestido de uniforme.

El tribunal condenó a Dreyfus sobre la base de un informe falsificado. En una humillante ceremonia pública de degradación celebrada en la Escuela Militar, le rompieron la espada y le arrancaron los galones. Según el historiador Paul Johnson, mientras Dreyfus proclamaba vehementemente su inocencia, "una turba enorme y excitada comenzó a gritar: '¡Muerte a Dreyfus! ¡Muerte a los judíos!'".

Pocos meses después, el nuevo jefe de la Inteligencia militar dio con el auténtico villano, el mayor Ferdinand Walsin-Esterhazy. Los partidarios de Dreyfus –los dreyfusards– exigieron entonces que se reabriera el caso, pero los oficiales de alto rango, decididos a librar al ejército de la vergüenza, conspiraron para proteger al traidor, por lo que Esterhazy acabó siendo absuelto por un tribunal castrense de lo más grotesco.

Fue entonces que Zola decidió escribir el "J'acusse!".

El caso Dreyfus generó una ola de histeria antisemita, en gran parte alimentada por la prensa. En la exposición de la Universidad de Boston había pósters, titulares de periódico y viñetas que presentaban a los judíos como serpientes, alimañas o estafadores de nariz ganchuda, como una raza despreciable de la que Francia debía verse purgada. Uno de los carteles pedía el voto para un sujeto, Adolphe Willette, que tenía a gala presentarse como "candidato antisemita".

El caso Dreyfus desató la primera gran oleada de antisemitismo político moderno; fue un precedente del terror nazi, que devoraría Europa pocas décadas más tarde.

El artículo de Zola movilizó a los dreyfusards, entre los que se contaban muchos de los principales escritores, artistas y académicos de la época. Aquí nació algo que también hoy se da por sentado: la activa participación de los intelectuales en las controversias que tienen que ver con la cultura y los valores. Para los partidarios de Dreyfus, lo que estaba en juego era la democracia y el Estado de Derecho franceses; los detractores del capitán temían, en cambio, que estuvieran en riesgo la tradición y la estabilidad del país.

La lucha, que se prolongó por espacio de doce años, dividió a la sociedad francesa y transformó irremediablemente el siglo XX.

Finalmente Dreyfus fue liberado, absuelto, rehabilitado; y condecorado, en una ceremonia pública, con la Legión de Honor. Su patriotismo no se resintió. Participó en la I Guerra Mundial y después vivió en un discreto retiro hasta su fallecimiento, en 1935.

Los efectos del caso Dreyfus sobrevivieron al capitán. El antisemitismo conoció la institucionalización, y los anti-dreyfusards acabaron conformando el núcleo profascista del régimen de Vichy. El periodista austríaco Theodor Herzl, luego de asistir, estupefacto, a la degradación de Dreyfus, se puso a escribir El Estado judío, el libro que sentó las bases del sionismo moderno.

De todo lo que puso en marcha el caso Dreyfus, lo que más ha marcado la vida moderna, para bien y para mal, ha sido el influjo de la prensa. Cuando Zola escribió su "J'accuse!", una nueva era echó a andar...


JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.

http://revista.libertaddigital.com/articulo.php/1276234600

viernes, 22 de febrero de 2008

Música Sefaradí

Los Desterrados Sephardic Flamenco

Kerensya - Morenica

Mashalá!
Mashalá! 2006 Documentary (English vers.)

Canción Sefardí - " El Paipero"

viernes, 8 de febrero de 2008

Rav.Baruj Garzón

Una conferencia del rabino Baruj Garzón en Gerona

www.Tu.tv

jueves, 27 de diciembre de 2007

A la luz de la menorah en la Casa Blanca


Hanukkah
A la luz del menorah de la Casa Blanca
La séptima noche de Hanukkah de 1944, mi padre estaba en Auschwitz. [...] La séptima noche de Hanukkah de 2007 yo estuve en la Casa Blanca.






La séptima noche de Hanukkah de 1944, mi padre estaba en Auschwitz. Había sido deportado con sus padres y cuatro de sus cinco hermanos al campo de exterminio nazi ocho meses antes; por Hanukkah, sólo mi padre estaba vivo aún. Ese año no encendió ninguna luz de Hanukkah. En Auschwitz, donde cualquier cosa y todo se castigaba con la muerte, cualquier judío sorprendido practicando su religión podía contar con ser enviado a las cámaras de gas, o fusilado inmediatamente.
Al igual que las demás fiestas judías, Hanukkah era elegida deliberadamente con frecuencia por los nazis como ocasión para matar judíos. En Cuentos hasídicos del Holocausto, el historiador Yaffa Eliach recuerda una de esas matanzas:
Los hombres elegidos fueron despachados al exterior. Efectivos de las SS aguardaban con porras de goma y herramientas de hierro. Golpearon, machacaron y torturaron a las inocentes víctimas. Cuando el cuerpo torturado ya no respondía, se utilizaba el revólver. (...) La brutal masacre continuó en los exteriores de los barracones hasta el ocaso. Cuando [los nazis] se fueron, dejaron atrás montones con cientos de cadáveres torturados y retorcidos.
La séptima noche de Hanukkah de 2007 yo estuve en la Casa Blanca. El presidente y la primera dama han convertido en tradición anual celebrar una comida de Hanukkah además de las fiestas de Navidad acostumbradas de la Casa Blanca, y mi esposa y yo fuimos honrados con una invitación a la recepción de este año.
Fue un evento agradable y festivo en todos los sentidos. También fue inconfundiblemente judío, desde el generoso buffet preparado en una cocina de la Casa Blanca de manera meticulosamente kosher hasta las canciones hebreas interpretadas por Zamir Chorale, pasando por varios cientos de invitados procedentes de todos los ámbitos de la comunidad judía americana. Hubo hasta un espontáneo servicio de oración en el Salón Verde, donde en un momento dado alrededor de dos docenas de invitados se congregaban para el Ma'ariv, la oración judía de la noche. Todo esto en una Casa Blanca exquisitamente adornada para la Navidad y ocupada por un presidente que es cristiano devoto. Es difícil imaginar un ejemplo más convincente de la cultura norteamericana de tolerancia y libertad religiosas.
Al caer la tarde había tenido lugar el encendido de la menorah en el vestíbulo de la Casa Blanca. Hanukkah conmemora la victoria de los judíos en una lucha que tuvo lugar hace mucho tiempo por preservar su identidad religiosa frente a un Gobierno opresor decidido a borrarlos del mapa. El presidente Bush habló de la lucha por la libertad religiosa que tiene lugar ahora. "Al encender las velas de Hanukkah este año – dijo – rezamos por aquellos que aún viven bajo la sombra de la tiranía".
Pasó entonces a describir el encuentro privado que había tenido ese mismo día con un reducido grupo de inmigrantes judíos en Estados Unidos. "Muchos de estos hombres y mujeres han huido de la opresión religiosa de países como Irán, Siria o la Unión Soviética", dijo Bush. Entre los asistentes se encontraba Ruth Pearl, natural de Bagdad, que tenía 15 años cuando su familia –al igual que tantas otras familias judías del mundo árabe– fue obligada a huir de Irak.
Su marido, Judea, y ella, padres del periodista del Wall Street Journal asesinado Daniel Pearl, acudieron a la Casa Blanca con su menorah familiar, que el tatarabuelo de Daniel, Chayim, se había llevado con él al escapar de Polonia con destino a Palestina en 1924. Daniel fue asesinado en el 2002 por terroristas islamistas en Pakistán; su único crimen, observó Bush, "fue ser judío americano, algo que Daniel Pearl nunca negaría".
Auschwitz, Bagdad, Polonia, Pakistán: en tantos lugares, a lo largo de tantas generaciones, ser judío ha significado ser oprimido, aterrorizado y excluido. Más que la mayoría de los pueblos, los judíos saben lo que significa ser una minoría odiada y perseguida. Y por eso tienen más razones que la mayoría para estar profundamente agradecidos a Estados Unidos y sus bendiciones. Este país es lo que los sabios judíos llamaban malchut shel chesed, una nación benévola y generosa. En la larga historia de los judíos, Estados Unidos ha sido un asilo prácticamente sin igual. En ninguno de sus éxodos los judíos han conocido tanta libertad, paz y prosperidad.Así que la semana pasada di un paseo por la Casa Blanca, mirando los retratos de anteriores presidentes y primeras damas y escuchando a la banda de los Marines tocar I have a little Dreidel. A la luz del menorah de la Casa Blanca pensé en mi padre y en la inimaginable distancia desde el infierno que él conoció en 1944 hasta este lugar cálido y alegre dónde me encontré en el 2007. Me embargó una sensación de gratitud tan intensa que durante un momento estuve demasiado emocionado para poder hablar. Ser americano y judío es realmente ser bendecido dos veces.
Jeff Jacoby, columnista del Boston Globe. Sus artículos pueden consultarse en su página web.
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La Vanguardia día 24/12/2007

Portada: Un estudio sobre la asimilación. Curiosamente la foto nada tiene que ver con el tema. Y cae en el tópico. Judío= ultrareligioso



Páginas interiores:






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http://static.scribd.com/docs/bqgotl057b5fu.pdf