jueves, 27 de diciembre de 2007

A la luz de la menorah en la Casa Blanca


Hanukkah
A la luz del menorah de la Casa Blanca
La séptima noche de Hanukkah de 1944, mi padre estaba en Auschwitz. [...] La séptima noche de Hanukkah de 2007 yo estuve en la Casa Blanca.






La séptima noche de Hanukkah de 1944, mi padre estaba en Auschwitz. Había sido deportado con sus padres y cuatro de sus cinco hermanos al campo de exterminio nazi ocho meses antes; por Hanukkah, sólo mi padre estaba vivo aún. Ese año no encendió ninguna luz de Hanukkah. En Auschwitz, donde cualquier cosa y todo se castigaba con la muerte, cualquier judío sorprendido practicando su religión podía contar con ser enviado a las cámaras de gas, o fusilado inmediatamente.
Al igual que las demás fiestas judías, Hanukkah era elegida deliberadamente con frecuencia por los nazis como ocasión para matar judíos. En Cuentos hasídicos del Holocausto, el historiador Yaffa Eliach recuerda una de esas matanzas:
Los hombres elegidos fueron despachados al exterior. Efectivos de las SS aguardaban con porras de goma y herramientas de hierro. Golpearon, machacaron y torturaron a las inocentes víctimas. Cuando el cuerpo torturado ya no respondía, se utilizaba el revólver. (...) La brutal masacre continuó en los exteriores de los barracones hasta el ocaso. Cuando [los nazis] se fueron, dejaron atrás montones con cientos de cadáveres torturados y retorcidos.
La séptima noche de Hanukkah de 2007 yo estuve en la Casa Blanca. El presidente y la primera dama han convertido en tradición anual celebrar una comida de Hanukkah además de las fiestas de Navidad acostumbradas de la Casa Blanca, y mi esposa y yo fuimos honrados con una invitación a la recepción de este año.
Fue un evento agradable y festivo en todos los sentidos. También fue inconfundiblemente judío, desde el generoso buffet preparado en una cocina de la Casa Blanca de manera meticulosamente kosher hasta las canciones hebreas interpretadas por Zamir Chorale, pasando por varios cientos de invitados procedentes de todos los ámbitos de la comunidad judía americana. Hubo hasta un espontáneo servicio de oración en el Salón Verde, donde en un momento dado alrededor de dos docenas de invitados se congregaban para el Ma'ariv, la oración judía de la noche. Todo esto en una Casa Blanca exquisitamente adornada para la Navidad y ocupada por un presidente que es cristiano devoto. Es difícil imaginar un ejemplo más convincente de la cultura norteamericana de tolerancia y libertad religiosas.
Al caer la tarde había tenido lugar el encendido de la menorah en el vestíbulo de la Casa Blanca. Hanukkah conmemora la victoria de los judíos en una lucha que tuvo lugar hace mucho tiempo por preservar su identidad religiosa frente a un Gobierno opresor decidido a borrarlos del mapa. El presidente Bush habló de la lucha por la libertad religiosa que tiene lugar ahora. "Al encender las velas de Hanukkah este año – dijo – rezamos por aquellos que aún viven bajo la sombra de la tiranía".
Pasó entonces a describir el encuentro privado que había tenido ese mismo día con un reducido grupo de inmigrantes judíos en Estados Unidos. "Muchos de estos hombres y mujeres han huido de la opresión religiosa de países como Irán, Siria o la Unión Soviética", dijo Bush. Entre los asistentes se encontraba Ruth Pearl, natural de Bagdad, que tenía 15 años cuando su familia –al igual que tantas otras familias judías del mundo árabe– fue obligada a huir de Irak.
Su marido, Judea, y ella, padres del periodista del Wall Street Journal asesinado Daniel Pearl, acudieron a la Casa Blanca con su menorah familiar, que el tatarabuelo de Daniel, Chayim, se había llevado con él al escapar de Polonia con destino a Palestina en 1924. Daniel fue asesinado en el 2002 por terroristas islamistas en Pakistán; su único crimen, observó Bush, "fue ser judío americano, algo que Daniel Pearl nunca negaría".
Auschwitz, Bagdad, Polonia, Pakistán: en tantos lugares, a lo largo de tantas generaciones, ser judío ha significado ser oprimido, aterrorizado y excluido. Más que la mayoría de los pueblos, los judíos saben lo que significa ser una minoría odiada y perseguida. Y por eso tienen más razones que la mayoría para estar profundamente agradecidos a Estados Unidos y sus bendiciones. Este país es lo que los sabios judíos llamaban malchut shel chesed, una nación benévola y generosa. En la larga historia de los judíos, Estados Unidos ha sido un asilo prácticamente sin igual. En ninguno de sus éxodos los judíos han conocido tanta libertad, paz y prosperidad.Así que la semana pasada di un paseo por la Casa Blanca, mirando los retratos de anteriores presidentes y primeras damas y escuchando a la banda de los Marines tocar I have a little Dreidel. A la luz del menorah de la Casa Blanca pensé en mi padre y en la inimaginable distancia desde el infierno que él conoció en 1944 hasta este lugar cálido y alegre dónde me encontré en el 2007. Me embargó una sensación de gratitud tan intensa que durante un momento estuve demasiado emocionado para poder hablar. Ser americano y judío es realmente ser bendecido dos veces.
Jeff Jacoby, columnista del Boston Globe. Sus artículos pueden consultarse en su página web.
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La Vanguardia día 24/12/2007

Portada: Un estudio sobre la asimilación. Curiosamente la foto nada tiene que ver con el tema. Y cae en el tópico. Judío= ultrareligioso



Páginas interiores:






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viernes, 23 de noviembre de 2007

jueves, 1 de noviembre de 2007

Seguimos en pie

Quiero que veais estos tres videos. El primero usa canción muy conocida israeli: Shema Israel( Escucha Israel) leereis la traducción de la letra en los subtítulos, una auténtica belleza, mas la letra que la música en mi opinión. Es un homenaje a unos caidos en condiciones muy epeciales. El segundo video no tiene nada particularmente relevante, pero si complementa la transición al tercero, un hermoso y merecido homenaje a la IDF, fuerzas de defensa israelies, que son todos y cada uno de los ciudadanos israelies. Y un sentido recuerdo a todos los caidos, que comemora Yom Hazikaron, el día del recuerdo por los caidos, en los que una sirena paraliza toda la actividad en Israel mientras que suena.


Seguimos en pie es el título genérico de la serie
( documentación Nataniel Castaño)





viernes, 24 de agosto de 2007

Juana Salabert


http://galiza-israel.blogspot.com/search/label/xudeofobia



PORQUE SON DE ESQUERDAS, MULLER E EUROPEA



Por Juana Salabert

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Podría encabezar este breve artículo de apoyo al derecho (y si me apuran, a la obligación moral) del joven Estado de Israel a existir, y a existir libre de las amenazas del tipo de «echemos a todos los judíos al mar» con que sus vecinos árabes «salu­daron» su creación a fines de 1947, tan sólo dos años después de la derrota nazi, con un sinfín de tristes y rocambolescas anécdotas. Aquella vez, por ejemplo, en que a mis dieciséis o diecisiete años le escuché decir estupefacta a un joven cono­cido madrileño que no pensaba acompañarme al cine a ver Manhattan, de Woody Alien, «porque él es uno de ellos, no. Y ya sabes, están en todas partes, con su maldita propaganda de víctimas mientras asesinan a los palestinos». O la ma­ñana en que, a punto de examinarme en Toulouse del BAC (bachillerato francés, equivalente al último año del selectivo universitario español), oí, a las puertas mismas del aula del St. Sernin, susurrar a una chica: «Qué mala suerte, nos cae en el oral de inglés una youpine de mierda» (youpin, youpine es el término despectivo con el que los antisemitas franceses denominan y creen denigrar placenteramente a sus compa­triotas judíos). O las veces en que, presentando o a punto de presentar en diversas ciudades mi última novela, Velódromo de invierno, ambientada durante y después de la gran redada nazi-vichysta de París en julio de 1942, hube de soportar los ciento y un comentarios de esta índole de un público que en su casa y en el bar seguro que no se define a sí mismo como «racista». Claro que alguno de ellos dirá, traicionado por el lenguaje católico inquisitorial-caritativo de parroquia rancia y función fin de curso de sus niños de uniforme, «qué ricos son los niños negritos»... Vayan algunos ejemplos elegidos al azar de una memoria de hartazgo. Una mujer de mediana edad en la feria del libro de Madrid: «Ay, hija, ya con esa estrella amarilla en la portada, pues me pienso si comprarlo, mira tú, entre que no aguanto tristezas, con lo dura que está ya la vida si en vez de distraernos leyendo la pasamos mal, y a fin de cuentas ellos le están haciendo lo mismo a los palestinos, ¿no?» Un hombre cincuentón y bien trajeado en la Feria del Libro de Sevilla: «¿Escribiste esto para que te hagan pelícu­la? Porque como ellos tienen tanto dinero en Hollywood y estos temas son los suyos.... Te creía de izquierdas, sabes, pero ahora... Ahora veo que eres como ellos. Judía. Una de ellos. Ya no te volveré a comprar, porque estoy con Arafat.» El colmo fue ya, en Málaga y tras una conferencia, cuando una señora, que se levantó iracunda de su asiento, me espetó: «He vivido muchos años de emigrante católica y franquista (a mucha honra) en Alemania... Y allí todos sabían que los muertos judíos no pasaban de cuatro millones... Todas esas cifras de los seis millones son exageraciones propagandísti­cas de comunistas y pro comunistas como tú.» En fin. Podría hablar de esas y de tantas otras ocasiones, pasadas, recien­tes, inminentísimas y sin embargo atemporales porque están fijadas en un imaginario que durante siglos de abyección demonizó al «otro», al «descendiente de los asesinos del hijo de Dios», hasta colonizar por abrumadora mayoría el incons­ciente colectivo español cuyo cobarde discurso de cristiano viejo es siempre el «aquí no somos racistas, pero...», en que me observé y sentí en franca minoría a la hora de analizar y comentar la cuestión judía, el drama de Israel. El drama de una nación de nacimiento consensuado por otras naciones, es­poleadas por el espanto y la culpa del Holocausto, en primer lugar por la extinta URSS, que dos décadas más tarde dio un giro a su política exterior para jalear a los peores regímenes teocráticos (pero ya hubo el precedente del aberrante pacto germano-soviético), del mismo modo en que hoy en día los Estados Unidos se alían con la teocrática y pisoteadora de los más elementales derechos humanos Arabia Saudita, cuyos códigos wahabíes religioso-feudales reducen a las mujeres a meras pertenenencias de los señores medievales y escla­vistas con ordenador portátil de ratón de oro bajo la chilaba rezumante de petróleo. Siempre hay un pero, y un empero, y un sin embargo, en esa clase de prolegómenos racistas y ahistóricos nacidos de una identidad forjada a través del sín­drome de la exclusión y del temor a la modernidad. Hablo de la identidad española, en este caso. En cuestión antisemita, tras las infamantes expulsiones de 1492 y, al cabo de siglos, la atroz dictadura filo nazi del general Franco, España no se queda atrás a la hora de la abyección (únicamente las Cortes Republicanas, a través de Fernando de los Ríos, hablan du­rante la Constituyente de una «reparación histórica» en el caso de los sefardíes miserablemente expoliados de sus vidas y bienes y arrojados de su tierra por la brutal orden de des­tierro de sus cristianísimas majestades), por mucho que los voceros de derechas e izquierdas sin demasiada sustancia, y sí mucha arrogancia cultural, y escasa memoria y enten­dimiento históricos, que llenan columnas de periódicos y espacios radiofónicos, diserten con la falsa autoridad de un Américo Castro en tantas tertulias vanas o venales y verbo in­sólito de analfabetos (ese «primar» en lugar de «prevalecer», entre otros muchos ejemplos).


No quería hablar de mí, ni de mis experiencias, en realidad. Pero es que en pocos países he hallado un antisemitismo tan artero y a flor de piel como en esta vieja península ibérica donde se suicidó Walter Benjamín, y donde el periodista Julián Zugazagoitia y el presidente Lluis Companys fueron entregados por la GESTAPO al tribunal franquista que selló su muerte entre otras miles de muertes por boca de fusiles, apli­cando las leyes nazis retroactivas frente a la tapia o muerete que los vio caer. No soy una entusiasta de la palabra patria..., pero me gustaría recordarle al mundo hispano que a mi libe­ral «patria de todos», la presidida por ese gran intelectual, escritor y persona que fue Manuel Azaña (a quien también la GESTAPO fue a buscar, por fortuna infructuosamente, muy poco antes de su muerte desdichada en el exilio), vinieron muchos, muchísimos, judíos del mundo entero —y de todas las tendencias— a defenderla cuando sus libertades constitu­cionales se vieron amenazadas por la agresión nazi-fascista... Porque su libertad era la suya, y la suya era la de ellos, la nuestra. Porque hubo dos revoluciones burguesas, la ameri­cana y la francesa, que lucharon por su emancipación y sus derechos civiles... Porque la punta de lanza de la emancipa­ción judía ha estado y está con los defensores de la libertad.

Si me preguntan en España acerca del problema árabe-israelí, o israelo-palestino, muchos de mis interlocutores siguen sorprendiéndose cuando les respondo que soy inequí­vocamente pro israelí. Y que ser pro israelí no significa otorgar cheques en blanco de simpatía a «ningún gobierno» (obvia­mente, soy muy próxima a los ideales de Barak y de Shlomo Ben Ami, y no lo soy en absoluto a los de Netanyahu o de Sharon). Pero tengo muy claro que defender a Israel, a ese pequeño y valiente país que lleva desde 1948 aguantando el desgaste psicológico y ético de una amenaza militar continua cuyos ataques sufrió y no provocó, implica también hacerlo en sus horas malas, en sus horas trágicas de ataques de mártires terroristas suicidas palestinos que en nombre de la teocracia más aberrante se autoinmolan asesinando a bombazos a la población civil indefensa a la espera de una recompensa del paraíso de harenes poblados por «huríes», o mujeres-ángeles reconvertidas en prostitutas celestiales a mayor gloria del machismo triunfante del integrismo islámico. Precisamente porque soy de izquierdas, oriunda de una tradición ilustrada, defiendo el derecho a existir de un pequeño territorio y gran nación soñado por Herzl, el periodista que cubrió asqueado el infame proceso antisemita al capitán Dreyfus orquestado por la Francia reaccionaria que décadas después engendró a personajes como el repugnante Darquier de Pellepoix (ex delincuente financiero) o el Céline de Bagatelles pour un massacre, tan aplaudidos en los salones colaboracionistas o en las revistas vendidas a la nueva Literatur. Si no existiera Israel, en Europa la población judía seguiría siendo asesinada por los pogromschicki (perpetradores de matanzas rituales, gene­ralmente cosacos). Norman Cohn, historiador y autor de un ensayo tan imprescindible como lo es El mito de la conspiración judía mundial, donde analiza la falsificación de esos supuestos Protocolos de los sabios de Sión (Alianza Editorial, 1983), plagia­dos y horrendamente tergiversados a fines del siglo XIX por la Ojrana —la policía zarista— de un texto sobre Maquiavelo de Maurice Joly, un olvidado y decimonónico ensayista pro­gresista francés que se hubiera revuelto en su tumba ante semejante manipulación, demuestra en su ensayo cómo a partir de la Revolución francesa y del posterior dominio na­poleónico, los partidarios del Antiguo Régimen identifican judaísmo con modernidad urbana y cambio social, y or­questan una campaña de difamación basada en el supuesto «gobierno mundial de los sabios de Sión». Entroncándolo con el viejo mito antisemita «creado» por el cristianismo, religión de «hijos» de un «hijo» que jamás se declaró otra cosa que judío y se erigió en cualquier caso más jefe político que Mesías, en rebeldía contra los padres fundadores. Creado. Pues fueron los cristianos, en buena parte descendientes de judíos, quienes buscaron la separación y, para ahondar la falla, sem­braron la simiente de la animosidad. Recordemos que en la época, entre los siglos III y IV d. C, en que la iglesia y la sina­goga competían para obtener el favor de nuevos fieles en el mundo helénico, san Juan Crisóstomo tildó, en la Antioquia donde tantos oscilaban entre la religión primigenia y la nue­va, a la sinagoga de «el templo de los demonios... sima y abismo de perdición». Recordemos (mi admirado y querido científico, ensayista y ex resistente Claude Lévy, cuyo ensayo, confirmado por el difunto Paul Tillard, La grande rafle du veldliiv -éditions Roben Laffont, París, 1967 et 1992- me fue básico e insustituible a la hora de escribir mi novela Velódromo de invierno, lo cita con cariño y emoción indudables) el ensayo del historiador francés Jules Isaac, L'enseignement du mépris... Tres o cuatro generaciones de escolares franceses han crecido estudiando en las aulas la historia de su país en el manual Mallet et Isaac... La historia escrita de un país cuyo régimen vichyista, tan favorable a una ocupación alemana que casi aplaudió en los términos mismos del deshonroso armisticio, entregó, por medio de sus gendarmes republicanos, a la es­posa e hija refugiadas en Clermont-Ferrrand del intelectual francés a sus asesinos alemanes. Murieron en los campos. Wurden Wergast. Gaseadas. Como tantos otros, centenares, miles, millones. Y Jules Isaac, el ferviente patriota que le ha­bía explicado en sus libros de texto a los niños de la «dulce Francia» y la escolarización republicana, laica, gratuita y obligatoria, los entresijos de la historia y los vaivenes de las memorias colectivas a través de los actos fechados, buscó inú­tilmente durante un tiempo sus nombres en las escasísimas listas de supervivientes chincheteadas por las estancias del hotel Lutétia que antes acogió a los torturadores de la GESTAPO y a partir de la Liberación fue sede de los pocos y esqueléticos supervivientes del infierno nazi... En L'enseignement du mépris («La enseñanza del desprecio»), Jules Isaac escribe: «Cierta educación cristiana, profesada de siglo en siglo, generación tras generación, ha terminado por incrustarse, a través de millares y millares de voces, en la mentalidad cristiana..., ha forjado su subconsciente [...] La responsabilidad alemana ha venido a añadirse, por terrible que ésta sea —como el más repugnante de los parásitos — a una tradición secular, que no es otra que la de la tradición cristiana [...] Sí, incluso después de Auschwitz, Maidanek, Dubno, Treblinka, ese antisemitis­mo cristiano existe. Y no ve, no advierte el nexo subterráneo que lo une al antisemitismo nazi, a ese antisemitismo de corte anticristiano que recientemente arrasó.» Recordemos (recorté para guardarla la fotografía, publicada por varios diarios es pañoles el 12 de noviembre del 2001, como argumento contra quienes me acusan de ¿fílosemita? o directamente de «impe­rialista», absurdo para quien se movilizó, y mucho, contra las criminales agresiones de Reagan a la Nicaragua sandinista que supo perder sus elecciones, esas que, por ejemplo, no convoca Castro) esa imagen de saludo fascista, tomada en Beirut, «brazo en alto» y ante clérigos chiíes, de los más de mil nuevos reclutas de la guerrilla Hezbolá formalizando su promesa de lanzar ataques terroristas suicidas contra Israel... ¿Están ciegos quienes en España llaman desde la izquier­da «juguete de los USA» (que hasta la guerra del 67 no ayudó militarmente a Israel) al país que vio nacer al extraordinario movimiento «Paz Ahora», al país de los kibutzim y los grandes escritores críticos, al país que, tras la matanza, consentida por tropas israelíes y perpetrada en su territorio por las falanges libanesas, de los desdichados palestinos de Sabrá y Chatila, vio en sus calles la mayor de las manifestaciones de protesta —más de quinientas mil personas reunidas en Tel Aviv en un país de cinco millones, de los cuales un 20 por ciento es árabe israelí— y repulsa por el crimen presenciado? ¿Están ciegos o no saben?

¿No saben acaso en España quién empezó la guerra del 48 y se negó a la creación de los dos Estados, judío y palestino, preconizados por la ONU muy poco después de la heca­tombe nazi y del imborrable horror del Holocausto? Fueron los países árabes limítrofes y agresores quienes iniciaron la guerra interminable, porque querían «todo o nada». Y el lema que unió a sus dictadores gerifaltes — ¿es necesario recordar la matanza de comunistas kurdos e iraquíes que organizó en la década de los sesenta un Sadam Hussein, luego muy apoyado por las hipócritas administraciones republicanas estadouni­denses que veían en él a un «amigo de occidente?» — no fue otro que el viejo de «echemos los judíos al mar».

¿Saben los españoles -nacidos en este país de difusa memoria judía e identidad nacional construida a partir de la culpa conversa, la vergüenza y el rechazo de todo lo judío, así como del elemento morisco, incorporado a nuestra cultura, a diferencia del primero, de resultas de una serie de invasiones— que la tradicional «amistad hispano-árabe» del franquismo tiene unos antecedentes netamente hitlerianos? ¿Conocen los jóvenes manifestantes españoles propales tinos de buena, buenísima voluntad en la mayoría de los casos y generoso dolor por la población civil de Gaza y Cisjordania avasallada en la actual situación de guerra, los anteceden­tes del gran muftí palestino Al Husseini, durante los años treinta? ¿Saben acaso que fue íntimo amigo de Hitler — tenía inmensos ojos azules, eso ayuda-, espía suyo a favor de su repugnante «Reich de los mil años»? ¿Saben que era recibido como un héroe en los salones nazis? ¿Saben que sus partida­rios perpetraron atroces matanzas de refugiados judíos del terror nazi antes de la creación del Estado israelí, en plena guerra mundial entre los aliados y el Eje que arrasó Varsovia, Coventry, Rotterdam, Babi Yar, Salónica?

¿Saben mis conciudadanos que hoy llaman, colmo de los colmos, «nazis» a los ciudadanos israelíes, que Gaza y Cisjordania pertenecieron, tras la primera guerra árabe-israelí, a Egipto y Jordania (que organizó en su famoso Septiembre Negro de hace treinta años, la mayor matanza conocida de re­fugiados palestinos de la historia) y que ninguno de esos dos Estados, cuyos dirigentes llevan perpetuamente en los labios «el problema palestino», se ocupó jamás de la «creación del Estado palestino» por ellos rechazado en la ONU al término de la guerra perdida por sus aliados alemanes?



¿Saben los jóvenes españoles que utilizan a modo de en­seña el pañuelito palestino que la ANP tiene establecida la pena de muerte en su territorio autónomo, que los dere­chos humanos —especialmente en lo tocante a las mujeres, tan sojuzgadas por un mundo musulmán que en sus casos más extremos acepta la esclavitud, la poligamia marital y la muerte por «asuntos de honor»— no existen en el feudo de Arafat, como no existen en su territorio ocupado desde el 67, de acuerdo, organizaciones pacifistas y críticas al sistema si­milares a las muy activas y operantes en suelo israelí?



¿Saben los jóvenes soliviantados —como tantos judíos de la diáspora, hay tantísimos israelíes de buena voluntad, que a la par que lloran a sus muertos de los últimos atentados suici­das llevados a cabo, no por milicianos de una causa, sino por «fascistas» de los del «paraíso en el cielo», suspiran por una paz justa, de fronteras seguras y armonía vecinal— cuántos criminales de guerra nazis, de extradiciones una y otra vez requeridas por Estados como Francia, viven o vivieron una vejez de oro con cargo de asesores estatales de los países limí­trofes? Alois Brunner, responsable directo de la deportación a los campos nazis de más de tres mil niños judíos parisienses durante la ocupación, fue alto cargo del Ministerio del Interior y la policía Siria... En el 2001 se celebró su juicio in absentia... Y como él, tantos otros. Otros, como el nazi Johann von Leers, que después de la guerra se convirtió a la religión musulma­na, adoptó el nombre de Ornar Amin y halló refugio, cobijo y molicie en el Egipto de Nasser, de quien fue asesor de pro­paganda. Von Leers murió en 1965. Pero en 1942, Johann von Leers escribió, como prefacio al libro Die Verbrechnatur der Juden («La naturaleza criminal de los judíos»), lo siguiente: «Si se puede demostrar la naturaleza hereditariamente criminal del judaísmo, entonces no sólo está cada pueblo justificado moralmente para exterminar a los criminales hereditarios, sino que todo pueblo que siga teniendo y pro­tegiendo a judíos es exactamente tan culpable de un delito contra la seguridad pública como quien cultiva gérmenes del cólera sin observar las precauciones adecuadas.» Criminal y propagandista nazi, y al cabo de la derrota de los suyos afilia­do a una causa ajena que se hermana con la propia a través de la obsesión «patógena». O más sencillamente, del «otro» entendido como «no-otro», como virus. Como deformación. Escribió Sartre, en un controvertido pero brillante ensayo, Reflexiones sobre la cuestión judía, que a veces o casi siempre basta con mirar al «otro» como distinto para convertirlo en un «judío» a ojos de los gentiles más agresivos. Si tildas de «judío» incluso a quien no lo es, termina siéndolo. Posible, si atendemos a los mecanismos más primarios del grupo (ya sea éste gentil-laico-progresista) y a sus derivaciones perversas y arquetípicas que dieron lugar, por ejemplo, al antisemitismo estalinista, que frente a figuras como Trostky o Rosa Luxemburg, se limitó a recuperar el viejo nacionalismo panruso-eslavista, reaccionario y temeroso de modernidades «burguesas» y de reivindicaciones territoriales, al precio de la sangre derramada en un GULAG de altísimo porcentaje de víctimas revolucionarias judías.

¿No saben que cuando el intelectual Ben Ami, ex ministro del progresista gobierno Barak —cuyo plan de paz rechazó de forma absurda y suicida el dictatorial Arafat, por una cues­tión de un tres por ciento del territorio que desbarató la casi inminente creación del Estado palestino y sentó las bases de esa Segunda Intifada que se ha convertido, al contrario que la' primera, en sinrazón de guerra abierta y cumbre de odio— se refiere a intelectuales como Edward Said, gran pensador pa­lestino, lo hace siempre en términos de elogio y admiración?



No me gusta, por lo general, la retórica abusiva de la pregunta que se auto responde... Pero acá tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo porque llevo años sintiéndome en minoría, sin que eso me perturbe en exceso, respecto a la «cuestión judía». No me inquieta no gozar del beneplácito general en una mesa de restaurante, es un decir, no. Pero sí me inquie­ta la consiguiente pregunta, generalmente articulada con excitadas sonrisas: «Pero ¿cuál es tu religión?» Al principio, cometía el error de explicarles la firme promesa (que a la fa­milia de mi madre le representó muchos problemas durante el franquismo), heredada por generaciones, de no acatar el bautismo católico, en ninguna circunstancia, salvo la muerte, circunstancias ultímisimas o causas mayores... Luego entendí que explicar «eso», ese detalle nimio, pintoresco y literario, provocaba en mis interlocutores de todo tipo una vaga mueca de suficiencia. «Es que seguramente viene de conversos, por eso piensa así»...

No sé de dónde vengo, aunque por un lado familiar sé que vengo de no católicos. Eso no es para mí lo importante. Lo importante es que mi madre me habló de bien niña del drama del Holocausto. Me rogó que no olvidase jamás que una se­rie de gentes muy normales habían «votado» un programa electoral que excluía a muchos de sus compatriotas de la condición normal de ciudadanos. Lo importante es que a los ocho años ella me regaló el diario de Ana Frank, y aunque a esa edad no entendía todavía por qué esa niñita de trece años y ojos chispeantes que me miraban desde la portada de la edición francesa de bolsillo (dejé de ser amiga de una chica porque al echarle una ojeada dijo «merde, pero fíjate qué cara tiene de judía, cómo se le nota») arrancaba su diario, iniciado poco antes de que se refugiara en el escondite de Ámsterdam, hablando tanto de chicos —a mí a esa edad los chicos me parecían medio idiotas de tan parados—, supe que era mi amiga para siempre. Sigue siéndolo. Me sonríe, al lado de Marcel Proust, en mi estante favorito. Antes fue mi hermana mayor, luego mi hermana pequeña, y ahora es mi hermana atemporal. La que me dio mi madre, que no tuvo más hijos que yo, y a veces suspiraba y decía: «Qué escritora hubiera sido si ya lo era, con su capacidad de observación entre Gógol y Chéjov, qué pedazo de escritora es ya para siempre, y tan pequeñita.»

La hermana de Ana, Margot, quería ser comadrona en Palestina..., al revés que su benjamina, que soñaba con un futuro de periodista y escritora en Europa..., un futuro invalidado para ambas por el tifus concentracionario en Bergen-Belsen, 1945.

En 1963, y según relata la biógrafa de la diarista ado­lescente Carol Ann Lee, el hombre que detuvo a las familias escondidas en un desván de Ámsterdam hoy famoso en todo el mundo, Karl Josef Silberbauer, respondió a la pregunta de su entrevistador, el periodista holandés Jules Huf, acerca de si «lamentaba lo que había hecho», que «por supuesto que lo lamentaba». Porque se había vuelto un auténtico «margina­do». El problema no era otro que «cada vez que quiero tomar el tranvía tengo que comprar un billete como cualquier otro, ya no puedo mostrar mi tarjeta de policía».

Curiosa manera de sentirse marginado, luego de haber perdido una guerra... Los bebés gaseados y tiroteados por las SS y la Wermacht (sí, también ellos, y los nuevos documentos que salen a la luz muestran la connivencia de todo un Estado, de todos sus estamentos, a la hora de la aniquilación) no eran, según su visión del mundo, los «marginados». Su muerte era «justicia», y el auténtico «marginado» era él, que ya no disponía, en nombre de los servicios policiales realizados, del billete de transporte gratuito concedido a los «héroes».

¿Cómo explicarles a muchos de los jóvenes españoles que centenares de nazis hallaron cobijo en la España de Franco? ¿Cómo explicarle a tanta gente que sólo quiere saber de blan­co y negro, buenos y malos que en la Palestina «judía» — de la que por cierto ya escribió Chateaubriand, y muy bellamente, sobre sus misérrimos cien mil judíos súbditos del Imperio otomano en su libro de viajes De París a Jerusalén— de los años treinta, protectorado británico, únicamente la población judía, tanto la autóctona como la refugiada del nazismo, aunó esfuerzos y armas, además de sus brigadistas voluntarios, en defensa de una República española que los árabes de enton­ces aborrecían, en virtud de su transparente pacto de amistad germano-italiano?

Estoy escribiendo este artículo porque aún circula por mis venas la sangre y la savia de la indignación ante un ejerci­cio perenne de propaganda cuyas primeras víctimas son la población civil de uno y otro bando. La población civil Palestina, esos niños tiroteados, esas gentes de casas derrumbadas en la franja de Gaza y en la Cisjordania hermosa y trágica, me despiertan en mitad de la noche con su mirada implorante de víctimas. Arafat, con su cerrazón lamentable, les negó la paz que proponía el gobierno progresista Barak, y los arrojó a una nueva Intífada condenada al mayor de los fracasos. (¿Saben los jóvenes propales tinos españoles que ya antes de la creación del primer gobierno israelí los artífices de la construcción del Estado hebreo se enzarzaron en una lucha a muerte con las organizaciones terroristas judías, tipo Stern, que tenían en su haber muertes ignominiosas como las de los residentes en el hotel Rey David, de Jerusalén? ¿Saben que desarmaron sus enclaves y detuvieron, e incluso se enfrentaron a tiro limpio con sus dirigentes? ¿Por qué Arafat no hace lo mismo con el terrorismo integrista de sus filas? ¿Por qué los alienta?)

Estoy escribiendo este artículo a favor de Israel porque soy europea, hija del continente del crimen mayúsculo de la Shoa, los conflictos, la crueldad, la miseria y la belleza. Hija de Víctor Hugo, Franz Kafka, Emil Zola, madame Curie, Chagall, André Bretón, Picasso, Saint-John Perse, Louis Aragón, Marcel Proust, Natalia Goronchova, Karl Marx, Matisse. Judíos y no judíos en una Europa que no sería, no habría sido Europa, sin su raíz primera de religión madre y protectora del verbo, atenta incluso en sus descreimientos. Porque me siento espiritualmente laica, hija y hermana del judaísmo que de lejos o de cerca los forjó y los atemperó a todos ellos y a su herencia, que es la nuestra, cabalística y ra­cionalista, fantasiosa y realista. Porque aborrezco la mentira. Esa misma que leo a diario en ciertos columnistas que alaban al sistema occidental como si éste naciese de una col, y no de las luchas sindicales saldadas con muertes que han conquis­tado derechos civiles y democracia y semanas de cuarenta y de treinta siete horas. Esa clase de columnistas, portavoces del ¿liberalismo? dan gracias a una memoria que una y otra vez entierra a los Franklin Delano Roosevelt, a los Olof Palme y a los Rosa Luxemburg asesinados de este mundo de men­tiras mediáticas y monumentos a los ignorantes que llevan en la frente el tatuaje petrolero (¿en nombre de la «libertad» no somos acaso aliados de dictaduras como todas aquéllas regidas por una sharia heredada de brutales pastores medie­vales que condenan perversamente a las mujeres al papel de paridoras sin placer —ablación del clítoris, «entendida» por tantas neo y viejo feministas en nombre de una «diferencia cultural» que no es sino monstruoso ejercicio de tortura—, en nombre de la libertad no condenamos a unos pueblos al bombardeo y a otros, idénticos, al papel de «amigos» produc­tores?). Contra esa clase de mentirosos, y de conversos a lo peor de un sistema que ya no es Manchester ni su esclavitud laboral de niños gracias a los movimientos sociales y contra sus detractores de «izquierda» sin imaginación ni más pro­gramas que el de las sustituciones burocráticas en el poder, defenderé al Israel de mis sueños de niña y al de las reali­dades conquistadas. Cuando escucho decir que ahora a Israel «sólo» la defiende la derecha, me pongo enferma... Porque ¿en qué piensa esa supuesta izquierda española que no lee, no estudia los orígenes de un Estado nacido de la mayor de las desgracias, no entiende que sin Israel la escasa población judía del continente se vería de nuevo hoy amenazada por la extrema derecha haideriana y lepenista, entre otras?

Días atrás, leí en el dominical de El Mundo un avance del libro del periodista Alfonso Torres, titulado El lobby judío. Poder y mitos de los actuales hebreos españoles, publicado por la «Esfera de los libros»... La entradilla comenzaba así: «ESTÁN en la banca, la Justicia, la hostelería, la construcción, el textil... Los judíos españoles se mueven en los círculos más poderosos y mantienen contacto con la élite económica y política. Contar con el respaldo del "lobby" hebreo incluso puede librarles de la cárcel.» El libro, bastante anodino y muy periodístico, del reportero en cuestión, no es ni a priori ni a posteriori aparente­mente antisemita... Pero dicha entradilla sí lo es. Así como lo es la mera idea de un libro que no busca ofrecer información sobre las comunidades judías, ortodoxas o de la reforma, lai­cas o religiosas, existentes en nuestra vieja Sefarad, sino un cúmulo de «datos» sobre el «poderío» de los hijos de Sión en la península. «Están en todas partes», y el artículo (y el libro) vienen acompañados de una serie de fotos de ciudadanos de origen judío, triunfadores en sus profesiones de empresarios,cantantes, actrices, diseñadoras de moda... Y yo me pregunto, y les pregunto: ¿Y los leoneses...están en todas partes? ¿Y los andaluces... están en todas partes? Hagan la clásica lista antisemita con nombres no judíos...,con leoneses, andaluces, gallegos, catalanes, da igual. Se lo garantizo.Sus elegidos estarán siempre en todas partes. Porque siemprehabrá una diseñadora, un escritor, una actriz... Elegidos delmomento o de la historia, es igual. Ustedes, los redactores dela lista, también los olvidarán al cabo de una, dos, tres semanas. Pero si fuesen, si son judíos, no los olvidarán.Porque el antisemitismo cristiano de siglos, apoyado por elanden régime del mundo tenebroso que intuyó la caída de susprivilegios rurales a manos de una burguesía naciente y deuna aristocracia financiera, dispuesto a ceder terreno a costade que «cambiase mucho para que no cambiase todo», esemismo mundo al borde del abismo que en la década de losveinte del siglo que se fue popularizó la superchería infamede los Protocolos de los sabios de Sión, introdujo siglos atrás eltemor de los hijos a los padres. De los conversos a los padres.Y ese mismo temor primigenio ha legado odio a los actúa­les terroristas islámicos. Se suicidan no a favor de algo (lapatria que nunca existió, la Palestina mítica y sagrada paralos tres monoteísmos), sino contra algo. Se suicidan contra el«Padre» fundador, pero ni siquiera lo saben. Como no lo sabe la izquierda vana y derechosa que no busca «entender», sino condenar, como sí lo sabe la derecha que busca utilizar y aprovechar... Cuando me preguntan por qué soy pro israelí, siempre respondo lo mismo: «Por justicia, porque odio los pogro­mos, el antisemitismo que engendró el nazismo, porque soy demócrata y de izquierdas, porque soy hija de la Europa que asesinó a uno de sus mejores y más pacíficos pueblos (y el úl­timo pogromo tuvo lugar en la Polonia liberada de los nazis en 1947), a los hijos del verbo que nos dio los diez mandamientos, entre ellos el "no matarás", que hago mío, salvo en aquellos casos en que esté en juego mi propia supervivencia y la de los míos, la de quienes creen en la vida civil no regida por dioses que nada saben de los hombres y las mujeres.»

Cuando me preguntan por qué me gustaba el gobierno Barak y me inquieta y me disgusta el gobierno Sharon, res­pondo: «porque son distintas maneras de resolver problemas, y esta última entraña más sufrimiento cosechado en muertes de inocentes. Pero la raíz del problema es la misma que en 1948, porque fue Arafat quien rechazó el plan de paz, quien no dio la oportunidad a su pueblo de construir un modus vi-vendi civil y no religioso». Y añado, asimismo, que porque soy una mujer.
Y todos sabemos lo poco, poquísimo, que valemos las mu­jeres en un mundo musulmán que no ha hecho su revolución civil, su reforma religiosa (¿saben los jóvenes españoles que hay, en Israel y en la diáspora, mujeres rabino en la interpre­tación judaica de la reforma, que las niñas hacen hoy su Bat Mitzvá, o del judaísmo sólo conocen a esa minoría hasídica y ortodoxa que fotografían siempre los antiisraelíes?).
No he querido ser sentimental en este artículo. Podría haberlo sido, amé Tel Aviv y Jerusalén desde mucho antes de conocerlas, de la mano de Juan Carlos Vidal, de Alicia Ramírez, de José Benarroch, de tantos otros seres con quienes me crucé en una estancia tan breve como fulgurante. Ahora las amo para siempre y, como antaño, desde siempre.
Pero si me preguntan por qué soy pro israelí, trato, una vez más, de separar corazón y cabeza.
Digo que me gustaría pasar como visitante de un Estado hebreo a otro palestino con una sonrisa en los labios. Y que en el segundo no se soñase con paraísos detrás de la muerte, sino con simples purgatorios a este lado de la vida.
Porque soy demócrata, porque soy de izquierdas y porque soy mujer, sueño con una Palestina libre, independiente y sin muertos civiles de guerras fratricidas, donde pueda sentirme en casa, lejos de clérigos e imanes furibundos que prometen huríes y aconsejan Goma.

Del mismo modo que me siento en casa en un museo, un aula, un salón familiar o un kibutz en Israel, freno antisemita y utopía del verbo hecho carne. Carne asediada, pero carne viva y libre.

martes, 10 de julio de 2007

AMOS OZ, el pacifismo pragmático




Amos Oz . En una trasmisión di Rai1 el año 2005

martes, 3 de julio de 2007

Mambrú se fué a la ONU

http://exteriores.libertaddigital.com/articulo.php/1276233574


LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
Mambrú se fue a la ONU
Por Horacio Vázquez-Rial
No era a una misión humanitaria a donde se había ido Mambrú, sino a la guerra. Por eso no se sabía cuándo volvería, si para la Pascua o por la Trinidad. La guerra no es un asunto fácil, y no se puede estar en ella como si no existiera.
Usted, lector, recordará igual que recuerdo yo una escena repetida hasta el hartazgo en las películas "de guerra": un tanque avanza por una calle en ruinas, en cualquier ciudad, y de pronto alguien sale de un portal y arroja algo a su paso, una granada, una bomba de alguna clase, un explosivo improvisado si el tanque es alemán y el protagonista un miembro de la resistencia francesa; entonces, el agresor da uno o dos pasos atrás, en busca de refugio, el artefacto estalla y el tanque salta por los aires, o se queda parado, o arde. Hay una variante: el protagonista, especialmente valiente, salta sobre el tanque, levanta la escotilla y arroja el explosivo, o un simple cóctel molotov, dentro; baja la escotilla y damos por hecho que todos los que van dentro del vehículo mueren. ¿Era la guerra o un acto terrorista? ¿Había alguna diferencia entre el soldado en acción o el resistente antinazi, paisano armado? Evidentemente, no.

Pues bien: para Fatah al Islam, para Hezbolá, para la Yihad Islámica, para Al Qaeda, para cualquier otro grupo islámico, o de cualquier otro tipo, tampoco hay diferencia alguna. Forman en un ejército, no importa si regular, es decir respaldado por un Estado, o irregular o popular, como las guerrillas que combatían a las fuerzas de Bonaparte a principios del XIX. Y están enfrentados a otro, que para el caso libanés es una suma de militares nacionales y de la Finul, Fuerza de Interposición: por definición, los comedidos que van a intentar separar a los que se pelean; y ya se sabe, el comedido sale apaleado.

Para el caso libanés, no hay matices: si usted se pone en el medio, lo arrasaremos para llegar al enemigo. Será usted un muerto de guerra, sin más. Y sin menos, aunque el presidente de la sonrisa, cada vez más parecido, en su tensión y en su mirada, a la Pantera Rosa, insista en tratar el problema de los seis soldados muertos como un caso de terrorismo y les niegue la medalla militar que merecían. Allá él.

Salieron juntos, la Pantera Rosa y el primer ministro libanés, Fuad Siniora, y el español dijo que no pararía hasta esclarecer el asesinato. Tengo para mí que el libanés debía de sentir un cierto alipori: él sabe bien que eso es una majadería, porque a los soldados los han matado los militantes de Fuenteovejuna y porque él mismo no ha podido hacer gran cosa en el caso Hariri. Preventivamente, se podría ir procesando a Al Assad o a Ahmadineyad como inspiradores intelectuales y cooperadores necesarios. Pero eso iría en contra de la alianza de civilizaciones, ¡qué dilema! Pues Zapatero lo ha resuelto de inmediato: ha pedido a Siria y a Irán su colaboración en la investigación del atentado. El ridículo, si no mueve a risa, mueve a llanto.

Aceptemos de una vez que nuestros soldados están en una guerra, y que a veces tendrán que matar a alguien si no quieren que los maten, porque ése es el sentido de llevar un uniforme y unas armas. En realidad, están en varias guerras, todas a cargo de esa organización ineficaz, ese elefante burocrático, ese congreso de dictadores que se hacen cargo de comisiones de derechos humanos, que es la ONU. Según el presidente, están en misiones de paz.

Que la ONU no se toma en serio su papel en los países a los que envía soldados lo demuestra el caso de Afganistán, que hoy mismo ha vuelto a ser el principal productor mundial de opio, tras haber pasado de 30 toneladas en 2001 a 6.000 en 2006. Miles y miles de hectáreas de cultivo que nadie ve. (Somos allí el segundo ejército en número, y el cuarto del mundo en misiones de paz, sea eso lo que sea). Entre tanto, en Colombia, en el mismo período, los cultivos de coca se han reducido en un 52%. Por un lado, las maravillosas fuerzas de paz; por otro, el indeseable presidente Uribe, liberal y por lo tanto equivocado, además de malvado. La información es del diario El País del 27 de junio de 2007, que a su vez la toma del informe de la ONU sobre drogas del año 2007.

En Afganistán, los beneficios del opio van a parar a los talibán. ¿Para qué están allí nuestros soldados, y los de varias decenas de países? Porque se suponía que, entre otras cosas, debían mantener al menos el statu quo tras la caída del régimen talibán, evitando los avances del ultrarradicalismo islámico, y el hecho de que los mandamases de la adormidera hayan recuperado terreno hasta tener en sus manos el 90% de la producción mundial, evidentemente, representa un retroceso muy grave, un fracaso estrepitoso de la misión onusiana.

Por otra parte, así como en Afganistán han prosperado los talibán y, en consecuencia, Ben Laden, en el Líbano, desde la llegada de la Finul, han surgido un montón de siglas de viejo cuño y nueva etiqueta, financiadas por Siria e Irán, y ha empezado a actuar Al Qaeda. No se puede considerar un éxito.

Con ese displicente cinismo que caracteriza a algunos italianos, el consejero político (¿comisario?, puesto ahí o ratificado por Prodi) de las tropas de Italia en el Líbano, Giuseppe Cassini, ha dicho, el pasado 26 de junio:
El objetivo inicial de la Finul era lidiar con Israel y Hezbolá. Ahora han aparecido los yihadistas, pero en este momento no podemos cambiar la misión. Tenemos que aislar a los yihadistas y estrechar los lazos con Hezbolá y con Amal, los dos partidos chiíes que tienen en el sur el apoyo del 90% de la población. No se puede decir que Hezbolá vaya a proteger a la Finul, pero sí debe haber un flujo de información, que si detectan algo sospechoso, Hezbolá avise.
Las negritas, naturalmente, son mías. Como se ve, aquello es mucho peor que las reuniones del Gobierno con ETA. ¿Qué idea tiene el señor Cassini de lo sucedido entre Hezbolá e Israel? La misma que Moratinos. ¿Por qué la ONU, sus fuerzas delegadas en el campo de operaciones, tiene que estrechar lazos con Hezbolá? Y si se estrechan es porque existen: laxos, pero existen. ¿Cómo se puede esperar que Hezbolá avise de nada que vaya a hacer la Yihad? ¿A Churchill se le pasó por la cabeza alguna vez pedir a los croatas de Pavelic o a los eslovacos de Tizso que le avisaran, por favor, de lo que iba a hacer Hitler?

¿Por qué, pues, Afganistán y el Líbano, y no Irak? Porque la célebre alianza de civilizaciones es entre el sector Pantera Rosa de Occidente y el radicalismo islámico. Lejos de las intenciones de Felipe González en su visita oficiosa a Irán la idea de derrocar Gobiernos feroces. Por lo que se ve, en Afganistán, las fuerzas allí destacadas son un auténtico regalo para Ben Laden, que no necesita gobernar, sino producir para financiar su guerra. Protegemos ese proceso. Y en el Líbano estamos para prevenir cualquier movimiento de Israel y preservar la libertad de acción de Irán y Siria. En Irak no había por qué estar, el derrocamiento de Sadam Husein era una intromisión inadmisible en los asuntos internos de otro país, aunque otras cuarenta naciones hubiesen decidido hacerlo, por el riesgo que el dictador representaba para Occidente y por simple sentido común. Los riesgos que preocupan a nuestro presidente son los que pueda correr el islamismo radical en el poder.

Se me dirá que Siria no se puede contar en las filas de los Estados islámicos radicales, que la de Al Assad y el Baas es una tiranía laica, pero resulta que se ha dedicado a impulsar, facilitar dinero y dar alojamiento a los dirigentes de numerosos grupos islamistas, todos los cuales actúan hoy en el Líbano, con la única oposición del ejército libanés. Siria quiere el Líbano, tanto como desea la desaparición de Israel, y por eso Damasco se ha convertido en la Casa de la Troya, con pensionistas y mediopensionistas, de todos los fanáticos de Oriente Medio.

Todo esto está ligado, por supuesto, para nosotros, a la desastrosa política exterior del Gobierno de Zapatero. Que no es desastrosa porque sí, ni porque a la Pantera Rosa le caiga más simpático Chávez que Bush, sino porque toda nuestra carne diplomática ha sido puesta en el asador de la alianza de civilizaciones.

Sería un grave error pensar que a Chávez le protege Fidel Castro, que no está en condiciones ni siquiera de protegerse a sí mismo. A Chávez le protegen la OPEP, en la que pronto hará caer a Ecuador, la Conferencia Islámica, a la que pertenecen diez de los once países de la OPEP, incluida Nigeria (los otros nueve son, además, miembros de la Liga Árabe), y el presidente Ahmadineyad. No es la punta de lanza del comunismo en América Latina, sino la punta de lanza del islamismo radical. La Liga Árabe ha tendido también su acogedor manto sobre la dictadura cubana, que recibe petróleo a cambio de seguir estando allí.

Contra los Estados Unidos, todo; nada a su favor. Que es la forma apanterada de decir aquello que inventó Mussolini y actualizó Castro en su día: "Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada". De ahí a la prudencia (o desconfianza) de Condoleezza Rice en su trato con España no hay más que un paso. El antiamericanismo del presidente sólo es superado por su empeño en no pronunciar jamás la palabra guerra. Ése es el eje de nuestra política exterior y de la famosa alianza con los de la "otredad", que dice Felipe González que hay que abolir o superar, no sé hasta dónde da su hegelianismo. Así, claro, no vamos a ninguna parte.

El atlantismo no es una posibilidad de la política europea, sino una necesidad imperiosa para la supervivencia de Europa. Permítaseme citar aquí la advertencia de Bruce Bawer en su magnífico Mientras Europa duerme:
(...) el enemigo de Europa no es el Islam, ni el islam radical siquiera. El enemigo de Europa es ella misma, su autodestructiva pasividad, su falta de mano dura frente a la tiranía, su perpetua inclinación al apaciguamiento y su absurda aversión por el orgullo, el valor y la determinación de Estados Unidos frente a un enemigo letal.
En algo sí que ocupamos el primer lugar: en esto.


Pinche aquí para acceder a la web de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL.

miércoles, 20 de junio de 2007

40 años después de la guerra relámpago



ORIENTE MEDIO
La Guerra de los Seis Días y la "ocupación"
Por Jeff Jacoby
Con motivo del 40º aniversario de la asombrosa victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días, nos ha caído encima un alud de revisionismo histórico saturado de filopalestinismo, reproches a Israel e indignación a cuenta de la "ocupación". Ésta, se nos dice, es la madre de todos los desastres que asuelan la zona hoy día.
Jeremy Bowen abría su retrospectiva para la BBC con estas palabras: "A Israel le bastaron seis días para aplastar a las fuerzas armadas de Egipto, Jordania y Siria". Y unos párrafos más adelante añadía: "La mañana del 5 de junio de 1967, en un ataque sorpresa, la Fuerza Aérea Israelí destruyó a la de Egipto". Nada decía de qué podrían haber hecho los árabes para que Israel se lanzara al ataque; bueno, sí: decía que habían proferido por radio "amenazas espeluzantes".

El caso es que los árabes habían concentrado una formidable fuerza militar en las fronteras de Israel, y que el mandatario egipcio, Gamal Abdel Naser, había expulsado del Sinaí a las fuerzas de pacificación de la ONU y cerrado ilegalmente los estrechos de Tirán, lo cual había privado a Israel de su principal vía de acceso al petróleo. Nada de esto aparece en el artículo de Bowen. Lo mismo es que no tenía espacio.

El amigo Bowen asegura que los generales israelíes, "tremendamente seguros de sí mismos", estaban impacientes por ir a la guerra porque sabían que no podían perderla. (Lo cierto es que tanto los militares como los políticos israelíes estaban muy angustiados; tanto, que el jefe del Estado Mayor, Isaac Rabin, sufrió una crisis nerviosa). "El mito de la guerra de 1967 –proclama Bowen– dice que el David israelí mató al Goliat árabe".

Por desgracia, el relato de este periodista de la BBC no es único. De acuerdo con la narrativa revisionista, lo más importante de 1967 no es que Israel sobreviviera a lo que sus enemigos habían concebido como una guerra de aniquilación, sino que, en el transcurso de la misma, ocupara tierras árabes, parte de las cuales aún conserva.

En las innumerables manifestaciones antiisraelíes que se han registrado estos días el lema estrella ha sido el de "Acabemos con la ocupación". En cuanto al secretario general de la ONU, ha emitido una declaración en la que se recuerda a las víctimas del conflicto en Oriente Medio, " particularmente a los palestinos que siguen viviendo bajo una ocupación que ya dura 40 años". Por lo que hace a la Iglesia Unida de Cristo, ha difundido un mensaje en el que se deplora la ocupación israelí –el término "ocupación", o cualquiera de sus parientes, aparece 15 veces– y no se hace una sola mención al terrorismo árabe, que lleva décadas cobrándose vidas israelíes.

Teniendo en cuenta la de veces que se dice que la "ocupación" es el principal obstáculo para la consecución de la paz entre árabes e israelíes, quizá hubiera sido de esperar que en las discusiones sobre la guerra que han tenido lugar en estos últimos días se hubiese destacado que en 1967, cuando los árabes mandaron sus ejércitos a cercar el Estado de Israel, no había ocupación alguna. Pero claro, eso habría significado reconocer que en la raíz de la ocupación se encuentran el odio y la violencia árabes. O sea, decir justo lo contrario de lo que se estila.

El reportaje que ha publicado Time con motivo del 40º aniversario de la Guerra de los Seis Días descansa por entero en la manera de ver las cosas de un palestino que ha vivido siempre bajo la ocupación, en la Margen Occidental. En ningún momento se nos dice que dicho territorio jamás habría sido ocupado si el rey Husein de Jordania hubiera accedido a las peticiones –públicas y privadas– de Israel para que se mantuviera al margen del conflicto. Pero Husein optó por hacer oídos sordos y bombardear Tel Aviv, Jerusalén y Netania. Radio Ammán anunció, en nombre del rey, que todos los israelíes debían ser "hechos pedazos". Fue entonces, y sólo entonces, que Israel, en defensa propia, penetró en la Margen Occidental.

Cuarenta años atrás, Time tenía bien claro con quién habían de estar las simpatías de la gente civilizada. En su número del 16 de junio del 67 ponía el foco en las belicosas amenazas de Naser e informaba de que las fuerzas árabes se estaban agrupando "amenazadoramente" alrededor de la patria judía. "Desde que, hace 19 años, fuera creado Israel, los árabes se han estado preparando para el día en que puedan destruirlo", explicaba a sus lectores; y una semana más tarde su portada llevaba por título lo que sigue: "Israel, la lucha por la supervivencia". Asimismo, ponía la alarma israelí en su contexto: 110 millones de "árabes hostiles" amenazando a los 2,7 millones de israelíes.

¿Qué más hacía Time por aquel entonces? Por ejemplo, reproducir lo que decían los propios árabes:
"Nuestro pueblo lleva esperando esta batalla 20 años", ruge El Cairo. "Israel va a recibir una lección mortal" (...) "¡Muerte a los judíos!", clama Bagdad. Y un mando sirio hizo este temerario vaticinio a los radioyentes: "Destruiremos Israel en cuatro días".
En 1967, los israelíes no dudaban de que El Cairo, Bagdad y Damasco pretendían hacer exactamente lo que decían. Time tampoco. Ahora el relato ha cambiado, pero los hechos, esa yunta de cabezones, no.

Si Israel hubiera perdido la Guerra de los Seis Días, hoy no habría ocupación. Eso es un hecho. Más que nada, porque Israel hubiera sido aniquilado. Y esto es otro hecho.


JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.




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Y además de esas lluvias....